alguien se opone - cuento

¿Alguien se opone? – Cuento

Ya en mi casa empecé a sacarme la corbata lentamente frente al espejo, la  doblé pausadamente mientras la dejaba en el ropero aún sin creer que se había casado. Mientras botón a botón la camisa blanca iba quedando fuera no podía evitar recordar la cara del cura, viéndome angustiadísimo en la primera fila, donde me pusiste con tu familia. “¿algún presente tiene motivo alguno para que este matrimonio no se consume? Que hable ahora o calle para siempre…” y yo sintiendo que el cura me observaba, y tú linda bella, bajo ese velo me mirabas tiernamente, tan sonriente, y yo seguramente con mi cara de niño inquieto de primaria, queriendo levantar la mano y decir “¡¡yo, yo, yo!!”, Pero no lo hice, será porque siempre me faltaron agallas para este tipo de cosas, y peor aún, si estos asuntos son de mujeres.

Y ya colgando el saco me doy cuenta que nunca he podido lidiar con las mujeres, las he perdido a todas sin tenerlas. Rápidamente he buscado en mi banco de memoria y me doy cuenta que eso se remonta a cuando era un niño, cuando, iba a jugar al club con mis amiguitos y esperábamos frente a la canchita de fulbito a que se desocupe de los más grandes para luego ir rapidito a jugar antes de que lleguen otros grandes y nos dejen a un lado esperando, y una mañana, ahí, jugando rapidito me sentí todo un Roberto Carlos, ¡un Pelé! y tras un centro certero le di tremendo puntazo a la pelota, y según yo derechito al arco, y se fue derechito cinco metros por arriba, hacia fuera. Para mala suerte mía, había unas niñas más allá jugando a saltar la cuerda, una en cada extremo, y una esperando entrar a saltar mientras cantaban una pegajosa melodía, y ahí llegaba mi misil en forma de pelota y ¡¡PUM!! al suelo la niña que empezaba a saltar. Acto seguido y tras una ovación de ¡UYYY!, mis amiguitos me pegaron durísimo y me obligaron a recuperar el balón, tuve que ir, seguramente hecho un tomate por la vergüenza. Llegué con la cabeza gacha hasta el grupo de niñas, recogí el balón, levanté la cabeza y vi a todas las niñitas reduciéndome con la mirada, ¡glup! Mejor me voy, pensé, y antes de darme la vuelta, la agredida niña soltó un enérgico “¡¿quien fue?!”, era yo, claro, pero ahí comenzó esto de la poca valentía y agallas y levanté mi bracito y señalé a mi grupo de amigos soltando un tímido “él”, señalando sin señalar. Apreté el balón con fuerza y eché a correr hacia mis amigos, cuando de pronto los veo echar a correr también, y es que las niñitas venían corriendo tras de nosotros. No nos atraparon. Aquella tarde me fui pensando lo cobarde que había sido, y el miedo que había sentido frente a las niñas aquellas.

Sin duda un hito que marcó mi vida, que se fue matizando con el paso del tiempo, hasta que llegué a los quince años con la filosofía de “no me importan las mujeres” enfocado única y exclusivamente en la música. Mis amigos compartían mis teorías solo cuando les convenía, y en ocasiones hacían uso de mi peculiar posición para mandarme de vocero. Prueba de ello fue aquél verano, en el cual decidimos estudiar guitarra, de lunes a viernes nos sentábamos en grupito los tres: Chalie, Manu y yo. Una tarde un padre deseoso de alentar el talento de sus hijos, matriculó a sus dos niñas en la escuela, y un poco más allá, se sentaron. Desde ahí empezaron las miraditas, de ellas dos para con mis dos amigos. Y a cada rato jode que jode con que: “¿te gustan? Pero mira, ¿no es linda?” y bueno para qué negar que sí andaban bien guapas las dos, así que un día les hice el favor de acercarme y hablarles, «hola, ¿cómo te llamas?», etc. etc., y así pasaron las clases y los saluditos hasta el día en que no se que les fui a decir que ya no regresaron más… Y no las volví a ver jamás, hasta ese día en que Manu fue a buscarme a la universidad y a la cafetería entró Mónica saludando sonriente y tú me golpeaste en la cabeza preguntando, ¿ella es Mónica? y yo movía la cabeza afirmando, sin entender como es que la conocías. ¡¡Mónica pues!! ¡La que espantaste en las clases de guitarra! Qué pequeño es el mundo, y yo no puedo creer que te hayas casado…

La pasamos tan bien en la universidad, te reías tanto porque no volviste a las clases de guitarra porque tú hermana y todita tú familia te molestaban conmigo, y así nos hicimos amigos, recordando unas clases, de las cuales no te acuerdas nada, y se nota, así que mejor dame la guitarra que yo toco y tú cantas.

Fueron tantos años, tantas clases, tantos trabajos, tantas tardes juntos que un día me reclamaste el no haber aparecido en tu vida meses antes, porque en esa época aun no estabas con enamorado y yo encajaba perfectamente en lo que querías, y por ahora no terminarías con él porque no hay motivos, y como podrías dejar aun hombre por otro, y todavía por mi, eso no esta en ti Mónica, y lo entiendo, por eso ahora quitándome los zapatos sigo sin creer que ese mismo tipo es el que te sacó de la mano de la iglesia. Pero todo esta bien, siempre y cuando seas feliz, eso lo sigo creyendo desde la primera vez que te lo dije, allá en mi casa, donde si bien vivía solo, siempre estaba acompañado, y tú, inventándote trabajos y excusas para irte todas las tardes a echarte en mi cama a ver televisión, a abrir el refrigerador y prepararnos algo para conversar toda la tarde, hasta que llegara tu enamoradísimo enamorado a llevarte a tu casa en el auto de su papá, y me están viniendo esas sensaciones raras, y te extraño, extraño cuando ibas los domingos después de misa a mi casa a despertarme y yo me hacia el dormido para que me hagas piojitos y me cuentes lo aburrido que estuvo el sermón mientras prendías el televisor para luego exigirme que me cambie y me levante para ir a dar una vuelta en bicicleta y comprar algo de comer, “porque tienes que comer, estas muy flaquito, yo te preparo algo”, decías y luego yo estallaba en carcajadas porque sabia que no comería nada de lo que prepararas, y ójala tu nuevo esposo tenga a bien contratar una empleada, porque Moniquita, siempre terminaba cocinando yo y tú tratando de lavar algo que quemaste o recogiendo algo que rompiste, siempre, siempre tan dulce.

Y cierro el ropero melancólico, porque un mar de recuerdos me llegaron en un instante, y se que no dije nada, queriendo gritar que no te podías casar, mientras tú me mirabas con carita de te quiero tanto, y el cura con carita de mejor te callas que por la santa iglesia te mato en este instante si dices algo…

Ya estoy sentado en mi cama, jugando con los recuerdos de tu boda entre mis manos, en la misma cama en que me despedí esa noche, cuando inexplicablemente la vida me llevo a otra ciudad, y te deje ahí, linda, llorando, diciéndome que tu vida no seria igual, que no me había ido y que ya me extrañabas y yo abrazándote fuerte, fuerte, bajo la leve luz que había en mi habitación y como fondo escuchando Simply Red, y en mi oreja tus sollozos y en tu oreja mis “te quiero tanto” y me confesaste las ganas que tenias de correr tras de mí, como corriste tras un chico cuando eras niña, en el club donde ibas a jugar, cuando una vez un chico muy bonito te pego con una pelota y te caíste, y al venir a recogerla se puso rojito y te encantó, se fue corriendo y tu detrás de él para perdonarlo y ser su amiga, nunca lo alcanzaste…

Que loco puede parecer el mundo, pienso con la luz apagada echado en mi cama, yo huí de ella de niño, para que luego ella huyera de mí de adolescente, para luego huir nuevamente de ella de grande y ahora huya de mi casándose y yo callándome, viéndola entregarle la eternidad a alguien que pude ser yo, y sigo sin creer que no volverás a despertarme los domingos, que no volverás a llamarme en las tardes ni que te volverás a refugiar en mi mundo cada tarde. Ahora debes de estar viajando a tu luna de miel y yo dispuesto a viajar al país de los sueños. Y pensando en un hasta siempre, siempre, Mónica, hasta que nos volvamos a encontrar para que me grites que eres feliz, me fui quedando dormido…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *