Desconocido ÉL – 3era Parte

A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd. – Alphonse de Lamartine

 

 

Ella tenía, sin duda, un poder especial sobre él, casi extra ordinario, único, complejo. Era como si cuando estaban juntos ella sirviera de una especie de amplificador de emociones, de todas, las buenas y las malas.
Podía lograr en él esas risas incontrolables, la inspiración envidiable de un poeta, de un cuentista o de un director, sus palabras se convertían en imágenes y los transportaba a cualquier paraje imaginado por él en la sencillez de un acto de magia… Pero también existieron los malos momentos, en los que una simple tristeza se podía convertir en una onda depresión, en donde una ligera discusión podía terminar, como terminó varias veces, en una pelea descomunal.
Sus sentimientos y emociones estaba elevados a la ene potencia, era maravilloso, sublime poder sentir la alegría, el amor, la esperanza de tal forma que él podría redefinir sus significados… como que también era terriblemente peligroso, dañino e hiriente, pero a su vez incontrolable.

– Entonces por eso la mató – dijo el detective
– ¡No, no, yo no la maté! – gritó mientras golpeaba la mesa con ambas manos empuñadas, juntas por las esposas que traía – lo juro, no podría hacerle eso.
– Cálmese, esa actitud no le ayudará – respondió el detective mientras hacia un gesto para que los guardias regresaran a su posición – ¿Quién fue entonces?

– No lo sé… no lo sé

Seguramente el pobre hombre ya estaba agotado de estar allí tantas horas llorando, casi sin poder hablar después de haber recorrido media ciudad perdido conduciendo el auto de ella, gritándole que no le haga eso, que no lo deje, que reaccione, que despierte, y ver que ella solo se movía por los saltos que podía dar el automóvil en los huecos de la pista o cuando el rozaba algún poste o vereda por su muy torpe forma de conducir.
Él tuvo más de una señal de que esto podría pasar, aunque ahora lo niegue, él sabía y pudo alejarse, y no lo hizo. Sí lo intentó, casi y lo logró, pero no podía pasar mucho tiempo sin que regresara a su lado a sentir la droga amplificante de sus emociones.

– No entiendo – se tomo la cabeza el detective mientras apagaba su cigarrillo en un costado de la mesa – ¿Por qué no llamó a los bomberos, o la policía?
– No lo sé… no lo sé – repetía él mirando el piso, aun sollozando.
– ¡Carajo! – Se levantó violentamente el policía – ¡hable puta madre! A punta de “no lo sé, no lo sé” va a terminar podrido en la cárcel.
– Yo… yo la amo.
– Sí, sí, seguro – contestó irónicamente el detective – dígale eso a sus vecinos que lo escuchan gritar noche tras noche, que lo vieron salir cargándola de su departamento probablemente viva o a to…
– ¡¡Yo la amo carajo!! – interrumpió gritando, poniéndose de pie – no soy yo a quien busca, no soy yo – repetía mientras estallaba nuevamente en llanto

Que difícil puede ser imaginarse esa escena, él cargándola en brazos a punto de quebrarse, susurrándole que la amaba, que tenga calma, que no pasa nada. Acomodándola en su propio auto pasada la media noche de un día cualquiera y sabiendo que no podría conducir, aventurándose a manejar hacia el hospital. Cómo evitar que la frustración se apodere de alguien en esa condición, si el automóvil se le apagaba cada tres cuadras, si no podía mantenerlo recto y la mujer de su vida exhala sus últimos suspiros. No puedo imaginar ese momento, sus desesperados gritos de “¡no, por favor nooo!” rompieron la paz de una madrugada cualquiera al ver como en segundos desaparece una a una las mujeres de su vida para siempre, la compleja situación de perderlas a todas en un solo instante aletargado en una madrugada silenciosa y de llovizna. Yo lo vi llegar al hospital, chocar el automóvil con una ambulancia y bajar desesperado, sin atinar que hacer, gritando y llorando desconsolado. Yo lo acompañé mientras los médicos hacían lo suyo, y cuando anunciaron su muerte fui yo quien lo trajo a la estación de policía. Nunca he visto a alguien sufrir así por amor. ¿Nunca has visto un psicópata? Me contestó mi compañero.

Si, la amaba, no había duda de ello, y locamente, la pregunta era si en esa magnitud la odiaba o si simplemente esa desmedida forma de sentir lo empujó a matarla.

 

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