La Diva – 9na Parte

La Diva

 

“Si usted quiere saber lo que una mujer dice realmente, mírela, no la escuche”. – Oscar Wilde

 

Conocí a Alejandra en una conferencia, ella era la última expositora sobre un tema de realidades económicas; me quedé sorprendido y admirado por el manejo de escenario, su tono de voz, la forma de conducirse e interactuar con el público. Su seriedad, confianza y porte estoy seguro que intimidaban a más de uno.

Ella entendía que la sociedad con el tiempo ha evolucionado, aceptando a una mujer moderna y abriéndole paso a su esplendor hasta donde ella quiera, sin límites, así es Alejandra, una mujer intrépida, segura de sí misma y preocupada por el papel que debe cumplir en la sociedad.

 

-¿Porque estudiaste Administración de empresas?

-No sé, algo me dijo que podía abarcar más en una carrera donde te enseñan un poco de todo sin ser experto en nada – respondió suelta.

– ¿O sea te consideras que sabes mucho y no eres experta en nada?

– Algo así, soy experta en finanzas y mercadeo, para eso están las especializaciones – aclaró – pero regresando a tu pregunta, supongo que fue administración porque intuía que podía ser buena para trabajar con gente, transmitir, enseñar…

Se preocupa por su apariencia, no sabría decir hasta que punto o medida se considere aceptable esta preocupación, sin embargo la he visto molestarse frente al espejo si una combinación de ropa no le salía, o si el maquillaje no quedaba como debía, aunque muchas veces también la he visto muy relajada sabiendo que combinaba muy bien un pantalón de buzo y una camiseta.

Mínimo tres veces por semana tiene que ir al gimnasio, disfruta haciendo clases de baile y esforzados abdominales, a veces la veía adolorida por el esfuerzo pero ella decía que era el precio que debía pagar por los “gustos” que se daban sus hermanas. También procuraba no dejar pasar ir a la peluquería o al spa, le encantaba lucir bien, preocuparse por su cuerpo y engreírse ella misma. Tenía una colección de las mejores cremas para mantener suave y perfumada la piel de todo el cuerpo, así como un gusto muy particular por los perfumes finos, tenía uno para cada ocasión. Guardaba un presupuesto exclusivo para satisfacer todos estos gustos, y no escatimaba en un pago cuando lo veía necesario. Su cabello siempre estaba impecable, cada día tomaba varios, muchos minutos para el ritual de engreírse, para aplicar un shampoo adecuado, un revitalizante, un acondicionador y luego peinarse.

Ella siempre repetía que era más sencillo ser hombre, que demanda menos tiempo y esfuerzo, que teníamos menos cosas que combinar y la elegancia se reducía a llevar bien un buen traje.

 

–  Algunos nos preocupamos de cómo lucimos – intente defenderme.

–  No digo que no – replicó ella frente al espejo peinándose – pero es más sencillo, si no, fíjate hoy en la cena a la que vamos, todos traerán, como tú, un smoking, los menos seguramente vestirán un terno negro, camisa blanca y corbata oscura, en cambio toma atención de las mujeres, cada una tendrá un vestido distinto, la mayoría usará, como yo, uno exclusivo para esta noche…

–  ¿Qué tiene de malo llevar el mismo vestido?

–  ¡Pecado! – Exclamó – una tiene que transmitir lo que es, lo que vale y lo sabe en estos espacios desde la primera impresión, sobre todo en una sociedad machista como la nuestra.

 

No era mucho de usar joyas, pero tenía un alhajero con pocas pero finas piezas, casi únicas y siempre admiradas por los demás, que sabía utilizar y combinar a perfección. Ni que hablar de su ropero, la colección de zapatos, blusas, pantalones, sacos, chompas y accesorios que, a mi entender, bastaban para ella y seis mujeres más.

Aunque suene un poco contradictorio, disfrutaba ir de compras con ella, aprendía de su peculiar forma de escoger ropa, me encantaba meterme con ella a los probadores y esperarla para que modelara ante mí sus posibles adquisiciones. Siempre pensaba en verse bien, incluso en la intimidad, eso sí, para esas prendas iba de compras sola, prefería darme una sorpresa cuando compraba un nuevo conjunto para dormir, o ropa interior.

A veces le reclamaba que estaba muy obsesionada por su apariencia, no me creía cuando le decía que era la mujer más hermosa al salir de la ducha, total y completamente al natural, sin peinados, ni maquillajes, ni exquisitos olores y sin accesorios

A veces ella me reclamaba que no la comprendía, o porqué tenía que juzgarla por engreírse o guardar mudas de ropa o de zapatos en el automóvil, decía que la mayoría de veces lo hacía por mi y que no apreciaba eso.

Estaba muy lejos de la verdad, me encantaba, estaba total y completamente enamorado de ella, no concebía que pudiera conocer a una mujer más guapa, que era el reflejo de todo lo que siempre había buscado en una mujer, su porte, piel, cabello, ojos, manos, cuerpo, todo, todo era sublime, perfecto, la disfrutaba y saboreaba igual o más cuando estaba al natural que cuando estaba reluciente para una reunión.

Me enseñó la importancia de saber llevar bien un traje y un buen perfume, que dejarme de afeitar un par de días me daba un look casual que me hacían ver interesante, que si no me preocupaba mucho por mi apariencia allí estaba ella para darme ese toque que necesitaba para lucir y transmitir lo que soy. Debo confesar que sentía celos de verla por las calles, a veces tan elegante, a veces tan casual pero siempre cosechando miradas. Por otro lado disfrutaba también que me engría, que me compre perfumes, que se preocupara por que tenga una buena crema para afeitar o que me tomara un poco de tiempo para hacerme entallar el traje nuevo a mi medida. De alguna forma, yo también quería lucir bien para ella, que al salir juntos no sea yo quien desentonara ante tan impactante presencia, y que mis amistades (sobre todo las mujeres) percibieran esos detalles en mi nueva apariencia.

 

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