La Intelectual – 7ma Parte

 

“La ventaja de ser inteligente es que así resulta más fácil pasar por tonto. Lo contrario es mucho más difícil”. – Kurt Tucholsky

 

Nathalie es de lejos la mujer más interesante que he conocido en mi vida, no es muy alta, ni muy baja, tiene esa expresión coqueta, de quien sabe algo que el mundo probablemente ignora, sus ojos están detrás de unas pestañas increíblemente largas, el color pálido de su piel contrasta con esas cuatro o cinco ondas de su cabello negro al caer por su rostro, y verla acomodarse el cabello con sus dedos finamente largos era un deleite.

Disfrutaba enormemente pasar tiempo con ella, con su excitante inteligencia, su capacidad de conversar y apreciar lo bueno de la vida.

La tarde que la conocí, Nathalie sacó un libro de poemas, su favorito decía, rápidamente busco aquel poema que le encantaba y un acto sincero de homenaje impostó una voz clara y sexy para recitarme:

 

La búsqueda

Yo no encuentro la letra deseada

Para mi canción,

Ni encuentro los ojos que llevo

En el corazón.

Cuando escucho un canto me digo:

Esa es mi canción.

Cuando veo unos ojos exclamo:

Los del corazón.

Pero pasa el canto y se van los ojos

Y aún siento en el alma vibrar la canción

Y siento como arden dos negras estrellas

En el corazón.

Pedro Geoffroy Rivas

 

Así era ella, mujer de mundo, leída, deseosa por saber más, siempre pendiente de lo nuevo que se ponía en escena en cualquier teatro, lectora insaciable, le encantaba disfrutar de una buena película y divertirse en conversaciones de café. Su sueño oculto de ser escritora la llevó a publicar por hobbie un blog en el ciberespacio con relativo éxito, tampoco ocultaba su admiración por quienes hacían teatro, pues siempre deseo ser actriz, de allí sus aplausos sinceros en los teatro café de la ciudad, y su gusto por la música, por la buena música, era evidente cuando se adueñaba del equipo reproductor de la casa o del automóvil, con ella descubrí desde el valor de un buen bolero hasta las increíbles voces y vientos de Galliano, D’influence, Mother Earth y la increíble variedad del música acid jazz.

 

Un fin de semana, atormentados del frío de agosto decidimos ir lejos, en busca de sol y descanso, terminamos en un playa en Centroamérica, acostados en la arena blanca luego del almuerzo podía quedarme allí horas contemplándola disfrutar un libro, cambiando página a página de expresión, metiéndose en la trama y sintiendo a cada uno de los personajes. Recuerdo haber pensado que cualquiera que la viera sentiría envidia de verla gozar así la lectura.

 

–  ¿no te ha pasado que a veces no quieres terminar de leer un libro? – le pregunte.

– ¡Claro que sí!, más seguido de lo que crees, a menudo cuando siento que voy llegando al término inconscientemente empiezo a leer lento, como tratando de estirar el inevitable final…

– Sí, sí, es terrible, hay libros tan buenos…

– Solo los buenos – dijo seria – los demás los termino de leer por respeto.

 

Le encantaba despertarme en las mañanas, apurarme desde el baño para que me levante, me daba tanta gracia cuando me gritaba “¡carpe diem! quam minimum credula postero”. Yo le reclamaba que mínimo me despierte en español, o que al menos se digne a decirme qué significa, y la única respuesta que obtenía era un: “aprovecha el día y no confíes en el mañana”.

 

Nathalie era una chica divertida, profunda y de alguna forma inexplicablemente contradictoria, pues entendía qué es el amor, como sentirlo, escribirlo y expresarlo, pero solo para saber eso también tenía que conocer sus opuestos, solía apisonarse con sus etapas de tristeza, y vivir intensamente lo que sentía en ese momento.

 

– Yo no sé que es llorar de felicidad – le confesé una tarde viendo una puesta del sol – lloro siempre de tristeza o desesperación.

– Llorar de felicidad es quizá el único llanto imposible de fingir.

– ¿Como así?

– Cuando esa emoción te embarga, te toma, te posee tan fuerte que rompe tus esquemas y es como si el cerebro se confundiera de emoción y lloras… lloras estando feliz ¿entiendes? – me dijo risueña, como si lo que dijera no tuviera ninguna sentido

 

De alguna forma la envidiaba, contemplaba sus destellos de lucidez y sus frases que sin ser rebuscadas contenían un gran sentido de las cosas, era bien critica también (incluso con ella misma) y más de una vez nos perdimos horas discutiendo sobre algún tema en particular, Nathalie tenía ese don de saber escuchar y refutar algo si no le parecía, y de aprender cuando, humildemente y en silencio, reconocía que no sabía del tema.

 

–          No me gustan los prejuicios – reflexionó Nathalie en voz alta.

–          Son parte vital de la naturaleza humana.

–          ¿Cómo se pueden dar el lujo de elaborar una opinión antes de tiempo, sin conocer, sin saber, sin tener una experiencia real?

–          Hay gente que es floja para aprender, cambian curiosidad por discriminación.

–          ¿Tú también eres prejuicioso? – me interrogó con una expresión de ternura.

–          Todos lo somos – contesté airado – de alguna u otra forma, te confieso que he seleccionado un libro por su portada, he descartado otros por el título, no he hablado con gente por sus expresiones y e ignorado a quienes debía seguramente conocer.

–          ¿Tú crees que yo soy prejuiciosa?.

–          Desearía poderte decir que no – me sentí atrapado en una pregunta incómoda – pero creo que valoras la verdad solo habiendo pasado por etapas de prejuicio…

 

Tenía esa extraña sensación de que junto a ella podía obtener todas las respuestas del mundo, no sé cómo llamarlo, quizá una seguridad intelectual de quien más que saber, muchas veces intuía situaciones, conceptos y hasta incluso materias. No era fácil de convencer, solo un buen concepto o una emoción clara podía persuadirla. ¿Acaso y logré persuadirla alguna vez?

 

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