La Noche Inolvidable de Nanet

Crear un blog es un evento memorable, es importante saber que te motivo en ese momento y si esa motivación es importante para que perdure en el tiempo, como el caso de mi buen amigo Miguel, que se fue a vivir a la selva del Perú, a una ciudad alejada de la modernidad llena de costumbres perdidas para la sociedad moderna y que, como buena provincia alejada,  aun genera tiempo, el tiempo de la hora de almuerzo, de la siesta y de la fiesta de domingo.  En ese contexto nación “un arequipense en la selva” el espacio donde nuestro adicto lector de obras y novelas ensaya divertidos cuentos, reflexivos comentarios y artículos que son breves deleites de lectura. Les dejo de mi buen amigo Miguel, desde  “un arequipense en la selva” :

LA NOCHE INOLVIDABLE DE NANET (Cuento)

Nanet salió del bistró riendo a carcajadas, se había divertido a raudales mientras bebía unas copas para calentar el cuerpo con el jefe de la policía del barrio quince de París, pero ya eran las nueve y era momento de salir a buscar clientes, caminó rápidamente por la Rue de la Croix Nivert, mientras encendía un cigarrillo. Al llegar a la esquina de siempre sintió la falta de su abrigo, lo había dejado en el bistró para que no le estorbara. Aún era temprano, se acomodó la corta falda y empezó a caminar para entrar en calor. A unos diez metros se acercó un hombre apuesto, de traje, negociaron la tarifa y se fueron juntos a uno de los hoteles de la Rue de Vaugirard a pocas cuadras de la Porte de Versailles. Una vez en el cuarto Nanet empezó a desvestirse rápidamente, pero el hombre le hizo una seña para que se detenga. Nanet sonrió y se detuvo, estaba acostumbrada a recibir y cumplir órdenes, siempre que le paguen el precio por ello. Se sentó en la cama y miró al extraño, le inquietó su mirada.

– Si vas a querer algo raro te va a costar más – dijo coquetamente Nanet.

– El dinero no es problema – contestó el hombre – ¿Cómo te llamas? – agregó.

– Nanet es mi nombre, ¿y el señor tiene uno? – replicó mientras se ponía de pie y caminaba lentamente hacia su cliente.

– Andelko – respondió el hombre distante pero esbozando luego una sonrisa lánguida mientras se quitaba el abrigo y sentaba en una silla.

Nanet aún de pie miró al sujeto abriendo los ojos exageradamente en señal de amable impaciencia. Andelko le hizo una seña para que apague la luz principal de la habitación y deje encendidas las lámparas de pared. Nanet obedeció inmediatamente pero sin prisa, sabía cómo tratar a un cliente que a todas luces era rico. Mientras se desplazaba por la habitación Andelko confirmó lo que ya había anticipado horas antes, cuando siguió a Nanet desde el bistró hasta la Rue Lecourbe donde la abordó, tenía el cuerpo firme, aún no estaba maltratado por el trabajo, la bebida o las malas noches, debía tener veinte o veintiún años. Sus cabellos negros lacios caían adorablemente sobre su espalda blanca adornada con diminutas pecas. Sus ojos verdes resaltaban en un rostro fino y de agraciados rasgos que el maquillaje barato no había conseguido afear. Las proporciones de sus caderas y senos eran generosas sin llegar a ser exageradas. Sonrió nuevamente. Sentado en la silla y sin dejar su postura elegante extrajo quinientos francos de su cartera y los puso sobre la mesa de noche, el rostro de Nanet se iluminó.

– Quítate la ropa lentamente – ordenó Andelko con voz paternal.

– Lo que desee el señor – contestó Nanet lanzando un atrevido beso al aire con sus carnosos labios rojos.

 Andelko se acomodó sobre la silla, Nanet se puso de pie frente a él. A pesar de su juventud, conocía el oficio. Separó sus piernas y se agachó sujetando sus tobillos con ambas manos, se incorporó lentamente acariciando sus piernas en toda su extensión. Una vez erguida abrió su blusa con una mano mientras con la otra recorría la circunferencia de sus senos, dejó aparecer sus hombros perfectos y deslizó la blusa dejando a la vista un delicado corsé, hizo una media vuelta grácil y empezó a bajar el cierre de la falda, la que dejó descender por sus piernas moviendo las caderas de un lado a otro hasta que se detuvo en el suelo. Saltó como quien sale de un charco y se sentó en las piernas de Andelko, lo miró por sobre el hombro y con una mano señaló el cordón del corsé, Andelko entendió rápidamente y con firme suavidad desató y aflojó el cordón. Nanet se puso de pie y jugueteó con la lencería, se despojó del ceñidor dejando por fin a la vista sus hermosos senos turgentes coronados por dos pezones rosados aún adormitados. Andelko sonrió complacido y dibujó un par de círculos en el aire con su dedo índice como señal para que el espectáculo continúe, Nanet se entusiasmó sabiendo que su espectador estaba contento. Se había propuesto disfrutar esta noche, eran pocas las veces que tenía la oportunidad de tener un cliente tan elegante, atractivo y limpio. Desabrochó uno por uno los broches del portaligas y se sentó en la cama para sacarse las medias lentamente. Tenía las piernas bien formadas, perfectamente depiladas. Se quitó luego el portaligas y finalmente en un acto de lujuriosa provocación se tocó el sexo por encima de las bragas, se recostó en la cama y levantando las piernas a lo alto se despojó de ellas. Se recostó sobre el lecho y Andelko negó con la cabeza, Nanet se incorporó sin levantarse por completo y dio unas palmaditas sobre el colchón.

– ¿Quiere el señor que le quite la ropa? – dijo tratando de parecer sensual.

– No – dijo Andelko.

– ¿Desea el señor que…? – iba a continuar Nanet, pero Andelko la detuvo sin tocarla.

Nanet sintió que una fuerza sobrecogedora la inmovilizó, su piel se erizó de extremo a extremo y sintió unas incontenibles ganas de llorar. Andelko la miraba sin expresión.

– No te muevas – dijo Andelko calmado.

Nanet trató de gritar pero no pudo. Sintió como los ojos del hombre recorrían su cuerpo y tembló, sin embargo un delicioso calor inundó su vientre y se extendió por todo su cuerpo mientras Andelko se incorporaba de la silla, cerró los ojos y dejó caer su cabeza sobre la almohada en espera de lo que tuviera que pasar.

 * * *

 Andelko Volkodlak nació hace más de cuatrocientos años en el noreste de Europa, en la antigua Ljubljana. Ya no recordaba los colores ni las voces de esa época. Habían pasado tantas cosas desde el momento en que volvió a nacer que esas imágenes eran sólo manchas borrosas. Su capacidad de entender e interpretar las cosas a su alrededor sin embargo no había menguando con el tiempo, más bien se había hecho más aguda. Había aprendido que los cuentos que se contaban sobre él y su especie eran precisamente eso, cuentos y mitos con poco o nada de verdad. El supuesto poder de la cruz o del agua bendita para conjurarlos era un patético invento medieval sin ninguna justificación histórica, sobre todo cuando aprendió que su especie era mucho más antigua que el propio cristianismo. Las estacas de madera y los decapitamientos no eran otra cosa que parte del folklor rumano para adornar las historias de un dictador sanguinario. No se necesita ser un científico para darse cuenta que ningún ser puede sobrevivir sin cabeza o con la mutilación severa de un órgano vital como el corazón o los pulmones. El hecho de tener una fortaleza y resistencia física superior al promedio de los mortales y la incapacidad de envejecimiento de sus células no los hacía inmunes a las heridas graves, pérdida de extremidades o desangramiento. Era cierto que no enfermaban, pero se debía entre otras cosas a que no tenían los terribles hábitos de alimentación de los humanos. Los de su especie, contradiciendo al mito, comían socialmente, normalmente ensaladas exóticas, caviar o carnes muy finas especialmente preparadas. No era alimento, para ellos era otra forma más de placer. Algo que le pareció siempre carente de todo fundamento era el pretendido poder repelente del ajo. Él particularmente disfrutaba mucho del aroma del ajo, era uno de los pocos olores que lograba establecer un vínculo con su juventud en forma mortal y con las tierras fértiles donde sus padres lo criaron. Todo lo demás, balas de plata, oraciones y sacramentos, eran inventos de fanáticos religiosos que perdían más tiempo en inventar nuevos demonios que en purificar sus almas o por lo menos disfrutar de sus insípidas existencias.

 Los devastadores efectos de los rayos solares en su organismo y la atribuida costumbre de dormir en ataúdes era probablemente la única mentira que tenía cierta explicación en la realidad. Él y los de su especie necesitaban del anonimato para subsistir, anonimato que se había hecho sumamente difícil mantener a lo largo de los siglos y más aún a la luz del día. Nunca faltaba alguien que recordaba haberlo visto en otra ciudad muchos años antes y que se percataba de la ausencia de señales de envejecimiento. Resultaba difícil dar explicaciones satisfactorias. De la misma manera tener una actividad económica o comercial implicaba verse obligado a desaparecer luego de un tiempo, inventando fallecimientos dramáticos que generaba a su vez todo un procedimiento legal para poder mantener el patrimonio adquirido y procurar retomarlo luego años después, cuando normalmente los testaferros y albaceas ya habían despilfarrado toda la fortuna. Con el tiempo los que eran como él se habían hecho expertos en hacer negocios que trascendían las generaciones, ellos fueron los inventores de los fideicomisos y las fundaciones. Congéneres suyos diseñaron los mecanismos de los actuales bancos cuyas raíces aparecieron recién en la edad media, allá entre Venecia y Parma. Hoy en día eran dueños de derechos y acciones de los bancos más grandes de Europa. La mayoría tenía participaciones en el incalculable patrimonio de la Iglesia. Las iglesias eran y seguían siendo los lugares más apropiados para vivir y mantenerse alejados de la comunidad ya sea disfrazados de monjes, jardineros o cuidadores. Otros habían optado por incorporarse a logias herméticas donde adquirían el poder suficiente para manejar los gobiernos de las nuevas ciudades y sus registros civiles y así poder crear identidades para quienes las precisaran. La eternidad es costosa y requiere de recursos para satisfacer las necesidades que de ella se derivan. Con los años y la experiencia ganada se adquieren gustos caros, predilección por los restaurantes finos, clubes sociales, conciertos de cámara, galerías de arte, joyería y ropa de buena factura además de otros innumerables detalles. Los bares decadentes y los barrios bajos eran sólo campos de cacería. No se le ocurría cómo un tipo que duerme todo el día en una caja y sólo sale en la noche para alimentarse podría mantener un estilo de vida como aquel al que él y sus semejantes se habían acostumbrado. Era por estas razones que entendía que muchos de sus congéneres prefirieran la noche para salir a recorrer la ciudad y cazar, él mismo se había hecho cada vez más nocturno. A altas horas de la noche las personas preguntan menos, se fijan menos. Las mujeres decentes se quedan en sus casas y los maridos decentes se quedan con ellas o en la casa de sus amantes claro, pero no en las calles. Las ciudades grandes eran ideales y París se había hecho perfecta para estos fines. Ahora veinte años después de la segunda gran guerra y estando totalmente reconstruida albergaba un mayor número de desconocidos, viajeros y turistas entre los cuales podía pasar desapercibido. Curiosamente el problema no era conseguir el alimento vital, aprendió que las sospechas sobre la permanente buena salud de los suyos y la evidente incapacidad de envejecer no provenían de la curiosidad o la observación de las personas, si no de la envidia.

 * * *

 Nanet permanecía recostada, con los ojos cerrados, esperando. Percibió cómo Andelko se despojó de sus ropas lentamente, mientras lo hacía pudo sentir su mirada recorriéndole el cuerpo, sufrió un espasmo involuntario cuando sintió su mano acariciándole la pantorrilla derecha. Rió nerviosa, pero no podía ocultar su excitación, en estos últimos dos años había aprendido a controlar la situación, fingir cuando era necesario, pero nunca dejarse llevar, sin embargo ahora no podía evitar hacerlo.

 Abrió los ojos, la escasa luz no le impidió ver el cuerpo fuerte de Andelko, irradiaba una masculinidad madura mezclada con el vigor de la juventud. Sus manos eran fuertes pero con la suavidad propia del terciopelo, sintió su voz que le quemaba los oídos, en particular ese acento que la empezaba a volver loca y hacía estragos en su respiración, los dedos de Andelko acariciaron su rodilla, su muslo, sintió su lengua maravillosamente áspera lamiendo su tobillo, transitando por su empeine, deteniéndose cerca de sus dedos. Un choque de electricidad la estremeció cuando sintió que el hombre se introducía uno a uno los dedos de su pie derecho en la boca y los besaba y lamía lentamente, hizo lo mismo con el otro, lamiendo cada dedo mientras acariciaba el arco del pie y el talón. Sintió esa lengua venenosa subir nuevamente por su piel hasta la parte posterior de la rodilla, cuando llegó al muslo tomó conciencia de que estaba totalmente a merced de los deseos y caprichos de Andelko. Sus caderas empezaban a describir un vaivén lento en contra de su voluntad. La lengua del hombre se abrió paso entre sus muslos y ella cedió, los separó y apoyó sus pies en las espaldas de él, Andelko hundió el rostro bajo su vientre, ella le ofreció su monte de venus en plenitud y él se embriagó del olor agridulce y acre; cerró los ojos y respiró profundamente para llenar sus pulmones de ese aroma salvaje a sexo compartido, se sumergió por completo en los fluidos desbordantes de Nanet y buscó desesperadamente con la lengua cada hendidura, cada pliegue, cada nervadura y cada protuberancia. Nanet se desvanecía, su pecho agitado, sus gemidos enrevesados y el ritmo de su respiración anunciaban el inminente apogeo de su excitación; de pronto su respiración se detuvo, trató de morder sus labios pero los nervios de su rostro ya no le respondían, su vientre, glúteos y muslos entraron en un estado de tensión casi doloroso y desde lo profundo de su ser sintió venir desde lejos y a velocidad de galope una maravillosa erupción desbordante de placer que inundó todo su cuerpo hasta el último músculo y nervio como nunca antes lo había experimentado.

 Andelko, acarició el vientre y las caderas de Nanet suavemente hasta que recuperó la respiración, la miró con los ojos llenos de fuego y Nanet entendió rápidamente que ese era sólo el principio y agradeció a Dios la suerte que le había tocado. Andelko tomó a su presa por las caderas y con una firme presión hizo girar su cuerpo de manera que quedara boca abajo, Nanet se asustó un poco pero lo dejó hacer. Andelko acarició su espalda, lentamente y con fruición, presionó sus dedos en ese cuello fino, lo sintió frágil, casi podía sentir su pulso a través de las venas, pasó sus manos hacia el pecho de ella y desde atrás acarició sus senos, redescubriendo su calor, su textura y su volumen. Nanet, desde esa posición, mientras disfrutaba las caricias de su amante, pudo sentir rozando en la parte interna de sus muslos la virilidad en apogeo buscando cobijo, se acomodó a la altura con un ágil desplazamiento de sus rodillas y Andelko con una suave embestida hizo el resto. Nanet estrujó como pudo las sabanas de la cama con ambas manos mientras el vaivén de sus caderas iba en inexorable aumento. El sexo de Andelko quemaba sus entrañas brindándole un placer hasta ahora desconocido, se sentía totalmente poseída, las manos de él en sus caderas marcando el ritmo eran solo un elemento, había una fuerza superior, un dominio absoluto que la sometía pero al que no quería renunciar. Su cuerpo nuevamente se preparaba para lo inevitable, Andelko se detuvo de golpe. Con una fuerza descomunal la tomó de la cintura y la cargó en sus poderosos brazos, ahora recostada en la cama recibió sobre sí el peso del hombre, de ese cuerpo fuerte y varonil que le venía dando tanto placer, por unos segundos se sintió protegida, se preguntó si este sujeto tan distinto y distinguido se fijaría en una mujer como ella, si no fuese así, este día lo recordaría por mucho tiempo, mejor aún, nunca lo olvidaría. Andelko dentro de ella se movía sabiamente, acariciaba cada rincón de ese cuerpo magnífico de seda, recorría cada curva, disfrutaba cada detalle para guardarlo en su memoria, para evitar que el día de mañana sea sólo un amargo sedimento en su piel. Nanet rodeó con sus piernas el cuerpo de su amado, lo abrazó fuertemente y sintió un deseo irrefrenable de clavarle las uñas en la espalda, empezó a besar sus hombros sólidos, su cuello, sus mejillas, sus labios, no podía contenerse más; volvió a sentir la electricidad subiendo lentamente desde sus pies hacia su sexo, la tensión en su centro de gravedad, el torrente que pronto se desbordaría nuevamente, su hombre se movía cada vez más rápido, casi podía sentir sus espasmos próximos a convertirse en clímax, se aferró con fuerzas a Andelko, arañaba su torso, él empezó a decir palabras indescifrables en su oído, la fuerza telúrica de un intenso orgasmo la fue inundando, sus caderas frenéticas se detuvieron, contuvo la respiración y deseó que el momento no acabe, la vida, los colores, los sonidos se hicieron diferentes por unos segundos, se hundió en un abandono soporífero y placentero que la arrastraba a un mundo oscuro donde ya nada podría alcanzarla mientras se daba cuenta que Andelko le había clavado los colmillos en la yugular y bebía insaciablemente su sangre sin que ella atinara siquiera a soltarlo, porque no lo soltaría ya nunca, porque eran uno solo ahora y para siempre unidos hasta el fin de los tiempos por el torrente de sangre caliente que se iba llevando su vida.

http://arequipenseenlaselva.blogspot.com/2011/01/la-noche-inolvidable-de-nanet-cuento.html

Posted 16th January 2011 by Miguel Angel Vásquez Rodríguez

 

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